Esa noche el frío sólo atravesaba la carne, pero no los huesos.
La lluvia dejaba caer sus últimas gotas, pero las nubes solo parecían dar una
tregua al vendaval, mostrando su determinación de permanecer ahí y terminar la
labor para la cual se habían reunido. En ese instante, una solitaria luz,
antes difuminada por el agua, reaparece
en la cima de un pequeño cerro en el valle, iluminando una imagen que parece
levitar en la oscuridad, dándole el
nombre al Cerro de la Virgen .
Así transcurrían algunas noches en Los Andes, en una época en que
sentíamos que el mundo era mas extenso, cuando las espigas colgaban de las
puertas del vecindario y cantábamos las canciones de los misioneros en la
escuelita mas lejana en la montaña, cuando el polvo en los zapatos no era un
problema y caminar a la orilla del rio
resultaba emociónate. Cuando todo era más simple.