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Imagen, elaboración propia |
No recuerdo el curso exactamente, pero debe ser entre quinto y séptimo básico en que me tocó salir del Liceo 1 a declarar como testigo en un tribunal, todo aparentaba ser muy precario, ventanillas, puertas reforzadas, piso lustrado y pasamanos con innumerables capas de pintura negra brillante. Llega mi turno de ingresar y se abre un espacio flanqueado por montañas de archivos y papeles, un hombre atrincherado en su gran escritorio junto a otro de traje y rostro desgastado que le rendía obediencia, éste último tomó mi declaración y así conocí la caduca figura del “actuario”.