lunes, 1 de febrero de 2021

Papel, metal o bits

Imagen, elaboración propia

 “El mundo está cambiando y cambiará más…”,  cantaban los Iracundos por allá en los 60tas. La historia de la humanidad es tan rica que podemos mirar hacia atrás y comparar nuestro tiempo y sus vicisitudes con las que vivieron nuestros antepasados.

 

Sorprendidos quedamos cuando el misterioso Satoshi Nakamoto en el 2008 liberaba para el mundo su obra Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System, iluminando nuestras pequeñas cabecitas con una nueva moneda, que consolidaría un sistema de intercambio de dinero que no necesita bancos u otros intermediarios financieros, además de darnos un empuje para dejar atrás el dólar y el dinero fíat en general, incluso pisándole los talones al oro como reserva de valor y riqueza.   

 

De la misma manera que Satoshi nos invita a una nueva forma de relacionarnos con el dinero, transportando a otra dimensión, las antiguas características de la moneda (aceptación general, divisibilidad, portabilidad y escases). Michel Foucault en el texto “Las palabras y las cosas” nos muestra otro misterioso autor anónimo, que permitiría  en el año 1581 la publicación de “Compendius”, documento en el que se solicitaba que “toda la moneda actualmente corriente deje de serlo a partir de cierta fecha”, no aceptando monedas hasta estimar el metal que contienen y estableciendo una nueva moneda que “tendrá por valor nominal su propio peso”. Pero pasados los años, el debate llevó a la conclusión de que “la moneda recibe su valor de su pura función de signo”.. 

 

De esta manera quizás, aprendimos que el valor nominal de la moneda debía ser mayor que su valor intrínseco, ya que de lo contrario, seria lucrativo derretirlas y volver al metal. Esto me hizo recordar el relato de Robert Kiyosaki en su libro “Padre rico padre pobre”, que viendo el vaso medio lleno desde la perspectiva inversa, junto a un amigo comenzaron a derretir cosas de plomo para acuñar sus propias monedas y de esta manera hacer “dinero”, confirmando accidentalmente que la emisión de éste hoy es muy barata, si recordamos que el precio del dinero es la tasa de interés. Por algunas de esta razones la carrera está desatada en busca de refugio. 

 

Juan Antonio Fresno corrió esa carrera, en los albores de la república, como nos los recuerda Gabriel Salazar en su libro “Mercaderes empresarios y capitalistas”, cuando producto de la inestabilidad socio-económica que significaba la independencia de Chile ordenó a sus hijos ocultar 895 onzas de oro, el problema, es que éstos no marcaron el lugar y cuando retornaron en su búsqueda, no las encontraron. Pasaron los años, y después por motivos ajenos a don Juan, la riqueza aparece, pero se cruza con una venganza peonal que no apuntaba a él, pero que sin conciencia de “riqueza”, advertía a la autoridad del dorado bajo el gallinero. Sin vacilar, el poder fáctico del estado, por decreto firmado por O’Higgins, luego de un interesante litigio, entrega a don Juan “dudosos” bonos fiscales, a cambio de sus brillantes onzas de oro.

 

Franco Contreras

01/02/2021

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