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Imagen, elaboración propia |
“Lo importante no es la cantidad sino la calidad”. En diversos contextos escuchamos una adecuación de esta frase, pero cuando hablamos del tiempo que dedicamos a nuestros hijos, adopta atributos que a veces no logramos dimensionar en su magnitud.
Entre tantos conceptos que aprendemos durante nuestra formación, a veces mezclarlos nos juega “malas pasadas”, pero a riesgo de equivocarme haré el intento.
Soy un afortunado de poder pasar más tiempo con mi hijo de lo que generalmente observamos en nuestra sociedad, pero probablemente muchos, en “modo pandemia”,, se han encontrado con el piso infestado de juguetes de diversas formas geométricas que encajan unas con otras, pero no con la anatomía de sus pies en calcetines.
En el supuesto de que no somos un mal ejemplo, en el sentido extremo (violentos, inmorales, viciosos, etc), probablemente en ocasiones nos convertimos en padres consentidores, ya que tendemos a evitar o mitigar expresiones de pena o frustración en nuestros hijos, lo que es correcto en ocasiones, pero no siempre. Este lenguaje emotivo apela a nuestros instintos básicos de protección, pero también, su experimentación contribuye a la formación de las personas del futuro. Así, el pequeño reyezuelo (bebe, guagua, niño, pequeño demonio, etc), comienza a tomar forma de sujeto de estudio y quizás pueda ser descrito desde la perspectiva de la relatividad del tiempo, con una tendencia a la presencia presente.